Política, vejeces y viejismo

Reflexiones sobre los ataques hacia el presidente Biden.

Autora: Agostina Russo Díaz. Lic. Psic. Dipl.en Psicogerontología

Estoy a destiempo, o tal vez no… Este tema siempre resurge. Empecé a reflexionar sobre el viejismo y la política hace unos meses, cuando en Uruguay se utilizó el viejismo como eslogan en las internas de un partido político. Escribí y borré varias líneas, porque hablar de política siempre es delicado. Sin embargo, es relevante reivindicar y reflexionar sobre el vínculo entre las vejeces y la política.

Política y vejez son un binomio. La política es historia viva de los pueblos y una expresión de sus necesidades. En un mundo envejecido, las vejeces deberían estar representadas no solo en las figuras de los mandatarios, sino también en la prioridad que le asignan a esta población y sus problemáticas específicas los planes de gobierno de todos los partidos. Abordar las vejeces, desmitificar estereotipos y defender la diversidad de las experiencias de la vejez es un tema profundamente político, que debería estar en la agenda de los partidos y en la conciencia de la sociedad.

Es por eso que hoy quiero hablar de política y vejeces. No solo en Uruguay, sino en el mundo, la mayoría de  líderes políticos suelen ser personas mayores. Aun así, los debates y agresiones entre o hacia los candidatos rara vez abordan las políticas públicas necesarias para las vejeces, sino que se centran en los viejismos. El viejismo, o edadismo, es una forma de discriminación que afecta a las personas mayores, basándose en prejuicios y estereotipos negativos sobre la vejez. Este fenómeno no solo tiene un impacto significativo en la vida cotidiana de los adultos mayores, sino que también es una cuestión de relevancia política, pues la política puede desempeñar un papel crucial tanto en perpetuar como en combatir el viejismo, a través de la legislación, las políticas públicas y las acciones gubernamentales.

Para profundizar en el tema de política, vejeces y viejismo, consultamos a nuestro analista político de confianza Mauro Casa, quién nos compartió su perspectiva: 

“Históricamente, en las sociedades tradicionales, la vejez era símbolo de estatus social y poder. Las personas mayores eran vistas como referentes y detentores de sabiduría, atributos que los hacían merecedores del poder político. Este estereotipo del hombre mayor como encarnación del poder ha perdurado y sigue siendo prevalente en muchas culturas contemporáneas, especialmente en países occidentales. Basta con pensar en figuras político-religiosas como los Ayatolás de Irán o el Papa, jefe de Estado del Vaticano, entre otros ejemplos.

Sin embargo, esta imagen ha entrado en conflicto en las últimas décadas en Occidente, con la creciente influencia de una cultura neoliberal y superflua. En esta nueva cultura, valores como el conocimiento, la sabiduría y la experiencia han perdido terreno frente a otros más asociados con la juventud, como la estética, la belleza física y la frescura. Asistimos a una paradoja en la cual el poder político sigue estando mayoritariamente en manos de hombres mayores, como lo demuestra la composición de nuestras élites sociales, económicas y de gobierno. Sin embargo, esta realidad choca con los valores crecientemente predominantes que glorifican la juventud.

En nuestro país, este fenómeno es evidente. Tenemos una composición socio-demográfica envejecida, donde los adultos mayores suelen disfrutar de mejores niveles de vida que los jóvenes. Esto se refleja en datos como los de la Encuesta Continua de Hogares, que muestra que los niveles de pobreza y tantos otros indicadores sociales son peores entre los jóvenes que entre los mayores. Hasta el triunfo electoral de Lacalle Pou en 2019  no habíamos tenido un presidente menor de 50 años en décadas. Además, en todos los poderes del Estado, los hombres mayores están sobrerrepresentados en comparación con mujeres y jóvenes. Incluso, hay límites constitucionales que establecen que ciertos cargos de relevancia en el Estado solo pueden ser ocupados por personas mayores de 35 o 40 años.

Así, podemos afirmar que el poder político en nuestro país está desbalanceado a favor de las personas mayores, en detrimento de los jóvenes. Como consecuencia, las voces de los jóvenes son menos escuchadas en el proceso de elaboración de políticas públicas. En general, la agenda de los jóvenes se limita a cuestiones puntuales bajo el vago rótulo de “agenda de derechos”, y no se consideran sus problemas como parte integral de los problemas de la sociedad. Por ejemplo, ha habido instancias de democracia directa que afectaban los ingresos de los mayores y que fueron fuertemente apoyadas, mientras que no ocurre lo mismo con la definición de los presupuestos para la educación o la infancia. Esto refleja el cínico pero verídico argumento de que los niños y adolescentes no votan, y por tanto, sus voces y derechos están menos reconocidos.

Estos son datos de la realidad política de Uruguay, que conviven con una cultura superficial, centrada en la estética, que desvaloriza a las personas mayores, favoreciendo la búsqueda del inalcanzable ideal de una eterna juventud. Esto se observa en las campañas electorales, donde el atributo de ser joven y renovador se destaca sobre cuestiones más sustanciales. Por ejemplo, en la campaña presidencial de 2014, el candidato nacionalista buscó ofender al candidato del Frente Amplio haciendo referencia a su edad, en el infame episodio de ‘díganle que lo espero en esta bandera’, alardeando de su mejor condición física. Lo mismo ocurre en la campaña presidencial de este año con el candidato del Partido Colorado, quien hace de su juventud y promueve la renovación como su mayor atributo, llegando a afirmar el absurdo de que la elección es “entre lo viejo y lo nuevo” como si todo lo viejo fuera negativo y todo lo nuevo positivo.”

En conclusión, la relación entre política y vejez en Uruguay refleja una paradoja cultural y política. Mientras que las personas mayores suelen ocupar posiciones de poder y disfrutan de mejores niveles de vida en comparación con los jóvenes, sus problemas y necesidades no siempre son prioridad en la agenda pública. Este desbalance se ve agravado por una cultura que valora la juventud y la renovación, muchas veces en detrimento de la experiencia y la sabiduría de los mayores. A medida que las campañas políticas destacan cada vez más atributos superficiales como la edad, se desatienden temas más profundos y necesarios para el bienestar social.

Es esencial que la sociedad y sus representantes reconozcan la diversidad y la contribución de todas las edades, y que se promueva una política inclusiva que considere tanto las voces de los jóvenes como las de los mayores. Solo a través de un enfoque equilibrado y respetuoso se podrá construir un futuro que valore a todos los ciudadanos, sin importar su edad.

En relación a las referencias que realiza Mauro sobre declaraciones de candidatos o mandatarios de nuestro país, desde nuestro punto de vista la burla se centra en el viejismo, el estado físico de personas mayores o estigmas asociados a las vejeces. Esto no es exclusivo de nuestra región; en las últimas semanas, las repercusiones sobre la candidatura de Biden en Estados Unidos también han abordado estos temas. Más allá de debatir si una persona con posibles trastornos neurodegenerativos puede o no ocupar un cargo gubernamental, el problema radica en los insultos y aberraciones dirigidos hacia Biden, no solo por su estado cognitivo, sino principalmente por ser una persona mayor.

Comentarios como “este señor no debería estar trabajando, debería estar retirado, disfrutando de unas margaritas sin alcohol y siestas largas, quizá jugando cartas en un asilo” reflejan una visión estereotipada,  reduccionista y despectiva hacia las personas mayores. Estos comentarios no solo estigmatizan a las vejeces, sino que centran la crítica en el hecho de que Biden es viejo. La indignación subyacente parece ser que, por su edad, debería estar jubilado, cediendo espacio a generaciones más jóvenes. La vejez se reduce a un estereotipo: todos los mayores son dementes, juegan a las cartas y no pueden manejar un país como Estados Unidos; deberían estar en “‘asilos’’ y no en el gobierno.

Acá aparecen además otros estigmas que se le atribuyen a las personas mayores: la institucionalización de los cuerpos y el factor de la jubilación, como exilio del mundo laboral y de la vida en sociedad.

Trump, como opositor, se sumó a estos ataques, burlándose de los momentos de confusión de Biden, no solo para descalificar su capacidad para gobernar, sino para presentarse como alguien más apto física y mentalmente. Estos discursos refuerzan un desprecio generalizado hacia las personas mayores, contribuyendo a la perpetuación de una cultura de exclusión y menosprecio de la vejez.

En un lugar tan expuesto como la candidatura presidencial de una potencia mundial como EEUU, apena ver que el debate no se centre en cómo acompañar a personas diagnósticos de trastornos neurodegenerativos y su inclusión en el mundo laboral y en la sociedad, en lugar de sumarnos a la estigmatización de las vejeces y a la ola viejista en la que se encuentra nuestra sociedad.

¿Qué les pareció esta nota? ¿Tienen alguna otra asociación interesante entre política y vejeces que les gustaría compartir? Además, ¿recuerdan algún dicho o campaña que haya mostrado un sesgo viejista? ¡Nos encantaría escuchar sus opiniones! Comentemos y sigamos reflexionando junt@s.

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